Hace más de una década, los cárteles de la droga latinoamericana empezaron a utilizar a algunos de los gobiernos más débiles de África occidental para establecer nuevas rutas que garantizasen el tráfico de cocaína y otras sustancias hacia Europa. Países como Guinea Bissau o Guinea se convirtieron en puntos clave de esta estrategia.
Los grupos militantes islamistas que surgieron de las purgas realizadas en algunos ejércitos y de algunas guerras del norte de África y que se asentaron en el Sahel encontraron en su alianza con los cárteles una nueva fuente de riqueza y financiación.
Según Naciones Unidas, en los últimos años casi el 60% de toda la cocaína vendida en Europa ha pasado a través de alguno de los países de África occidental, entre ellos Malí, Níger, Mauritania o Guinea Bissau. Lugares donde el grupo Al Qaeda del Magreb Islámico ha adquirido mucha fuerza.
El tráfico de drogas ha constituido un lucrativo negocio para los islamistas del Sahel, ayudándolos a financiarse y sacar grandes beneficios. La pobreza y la ausencia del poder del Estado en esa zona también han favorecido las actividades delictivas de esos grupos.
La guerra en el norte de Malí ha causado el derrumbe de las rutas tradicionales de tráfico, no solo de drogas sino también de armas y migrantes, a través de la región que, según diversos estudios, no se habían interrumpido en los últimos 40 años. Por eso, los grupos organizados han tenido que buscar alternativas para hacer llegar la droga procedente de Latinoamérica a Europa.
Estos nuevos caminos del crimen organizado pasan ahora a través de Angola, la República Democrática del Congo, la región de los Grandes lagos y Libia. Esto implica mayores costes, pero los beneficios que deja este lucrativo negocio son tan grandes que este pequeño incidente no parece significar gran cosa.
Además, los traficantes se caracterizan por su paciencia y saben que las tropas francesas que están interviniendo en el norte de Malí pronto empezarán a traspasar responsabilidades al ejército local, el cual, en el pasado, ya fue acusado de colaborar con el tráfico de drogas. Este será apoyado por tropas de otros países africanos como Nigeria o Guinea, que ya han sufrido acusaciones similares.
Pero la droga no solo pasa por los países africanos camino de Europa. Cada vez más cantidades de esta se queda en el continente, principalmente en África occidental. Esto ha dado lugar a que mafias locales, especialmente nigerianas, empiecen a controlar la distribución.
Los intermediarios que mueven las rutas del contrabando en África occidental son pagados, normalmente, con un 10% de la mercancía. Esta luego, es revendida en la región.
La cocaína recibida por los intermediarios es muy pura y de muy alto valor, por lo que, para poder sacar beneficios de su venta, hay que convertirla en un producto barato que pueda ser adquirido en una de las regiones más pobres del mundo. Por eso, se mezcla con bicarbonato de sodio (que se utiliza principalmente en repostería y que, por tanto, es muy fácil de adquirir) para conseguir crack. Una dosis de esta sustancia se puede adquirir por unos 30 céntimos de euro.
En África occidental, el 70% de la población tiene menos de 35 años, lo que supone alrededor de 300 millones de personas. La gran mayoría solo posee una educación básica y está desempleada o trabaja en el sector informal, con sueldos que no le permiten vivir dignamente. Es por eso que muchos jóvenes experimentan una enorme frustración, lo cual les hace más vulnerables a involucrarse en el tráfico y consumo de drogas en las que buscan una vía de huida de la dura realidad en la que viven.
Naciones Unidas estima que existen entre 1’5 y 2’5 millones de drogadictos en África occidental, la mayoría de ellos al crack.
Hasta ahora la lucha contra la droga se ha basado en la criminalización del consumo, lo cual no ha dado resultado a la vista de su aumento. Por eso, ahora distintas ONG y organizaciones piden que los gobiernos destinen más fondos a la sensibilización para hacer a la sociedad, especialmente a las personas jóvenes, partícipes de esta lucha.