Tiramos comida

Una mujer recoge comida del Programa Internacional de Alimentos en Al Salam (Darfur). Foto: Unamid PhotoCada año se tiran a la basura alrededor de 1.300 millones de toneladas de alimentos destinados al consumo humano.

Todos sabemos que desperdiciar comida es una injusticia y, sin embargo, lo hacemos regularmente. La industria alimenticia nos incita constantemente a comprar más de lo que podemos consumir. Gracias a las estrategias comerciales y dejándonos guiar por las fechas de caducidad de los alimentos, son muchas las veces que nos convertimos en cómplices de esta realidad.

Tirar alimentos tiene consecuencias económicas no solo para nuestros bolsillos. Según la FAO, los costes directos por el desperdicio de alimentos pueden alcanzar los 565.348 millones de euros (sin contar pescados y mariscos). Este desperdicio también significa que el 30% de toda la tierra cultivada en el mundo y un enorme volumen de agua son utilizados en vano. Además de la comida en sí, hay que tener en cuenta la energía, el agua y los elementos químicos empleados en su producción y en la operación de deshacerse de ellos. Todo este proceso genera unos 3.300 millones de toneladas de gases de efecto invernadero que son vertidos a la atmósfera del planeta contribuyendo, así, al calentamiento global.

Es decir, que el desperdicio de alimentos también tiene efectos negativos para el clima, el agua, la tierra y la biodiversidad. El conjunto del alimento desperdiciado en todo el mundo emite más gases de efecto invernadero que cualquier país, si exceptuamos China y Estados Unidos.

Este discurso es verdad para el Norte rico y opulento pero también, curiosamente, en el Sur se pierden muchos alimentos. Solo que en los países en desarrollo el desperdicio es causa, mayoritariamente, de la agricultura ineficiente, de la falta de espacios para almacenar propiamente las cosechas y medios para su transporte hasta los mercados.

A pesar de toda la comida que se tira, la FAO estima que cerca de 870 millones de personas, de los 7.100 millones que hay en el mundo (lo que equivale a una de cada ocho) sufrieron desnutrición en el periodo 2010-2012. También afirma que todas las personas que padecen hambre, 852 millones, viven, mayoritariamente, en países en desarrollo.

Una mujer trabajando en el mercado de Dawanu Cowpea en el estado de Kano (Nigeria). El número de personas desnutridas se ha reducido en Asia y el Pacífico y en América Latina y el Caribe. Sin embargo, en África pasó de 175 a 239 millones. En este continente se habían conseguido pequeños logros en la reducción de la malnutrición y el hambre hasta 2007, pero desde entonces la tendencia se ha invertido.

Es curioso que sea en África en el único continente donde aumentan los casos de hambre y ello a pesar de que todos los informes hablan del enorme crecimiento económico que la mayoría de los países africanos están experimentando. Esto nos demuestra, una vez más, que ese crecimiento económico no está mejorando las vidas de los hombres y mujeres del continente.

Satisfacer las necesidades básicas diarias resulta uno de los mayores retos para una gran mayoría de africanos y africanas, a pesar de que sus países estén alcanzando cifras record de crecimiento. Otra vez más, encontramos pruebas de que la riqueza que generan los recursos naturales de los distintos países africanos no está llegando a la mayor parte de la ciudadanía ni se está invirtiendo de forma adecuada.

Si se controlase y redujese el desperdicio de alimentos las cosas podrían ser muy distintas en el continente. Esto significa que los gobiernos tendrían que invertir más en agricultura, almacenamiento y transporte de productos básicos hasta los mercados. De esta forma, también se evitaría la presión existente sobre los escasos recursos naturales de la tierra.

Una vez más, queda en manos de los líderes políticos africanos la decisión de invertir la riqueza generada por los recursos naturales de sus países en mejorar las condiciones de vida de la ciduadanía o emplearlos en el beneficio de las élites del país o dejar que las compañías extranjeras que los explotan se apropien de ellos.

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