Teología para hoy

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No hace mucho, en una reunión de católicos, un participante me interpeló diciendo que Jesús no hizo teología y que la teología no ha hecho sino crear conflictos, desde las guerras de religión hasta las violencias actuales. Me opuse a él, convencido como estoy de que futuro de la Iglesia no depende de normas morales más o menos abiertas sino, sobre todo, de la teología que proclame. De qué Dios hable, de qué Jesús, de qué presente y de qué futuro.

Ya es un lugar común decir que de Jesús nos han llegado relatos pero interpretados por las primeras comunidades. Es decir, nos ha llegado una teología. No podía ser de otro modo. Para que un relato se haga significativo hay que interpretarlo. Si decimos: “Hacia el año 30 un palestino llamado Jesús fue crucificado en Jerusalén”, no hacemos sino contar un suceso, semejante a la crucifixión de Espartaco del año 71. Pero si decimos: “La muerte de Jesús es redentora”, la estamos interpretando y haciendo teología.

Naturalmente, toda interpretación se hace desde un modelo cultural, desde determinadas concepciones de la vida y también la del Nuevo Testamento. La teología posterior estará sujeta a la misma condición. Acaso por ello la Iglesia jerárquica pretendió siempre tomar las riendas de la elaboración teológica, pensando quizá estar más libre de condicionamientos culturales. Una ilusión vana. En 1441 el concilio de Florencia estableció: “La santa Iglesia romana… firmemente cree, confiesa y proclama que nadie fuera de la Iglesia católica, ni pagano ni judío ni incrédulo o cismático tendrá parte en la vida eterna, antes bien será condenado al fuego eterno preparado por el demonio y sus ángeles, a no ser que antes de morir se deje acoger en la Iglesia”. Y, más cerca de nosotros, San Pío X escribió: “He aquí que levanta la cabeza esa perniciosa doctrina que pretende colar (subinferre) a los laicos en la Iglesia como elementos de progreso” (encíclica Pascendi). En ambos casos la mentalidad de los autores condicionaba sus formulaciones.

Así pues, no faltan hoy quienes piensan que si todas las teologías -incluso la primera- dependen del clima cultural en la que se formularon, olvidémoslas y hagamos una teología para hoy. Quizá también condicionada pero, al menos, actual y no anacrónica. A mi modo de ver, ese corte con la tradición está dando lugar a una teología arbitraria, hecha a gusto de cada autor y de sus consumidores.

No tengo espacio para entablar una polémica pero pondré, al menos, un ejemplo. En varios diarios y dos webs católicas apareció hace meses un artículo de Joseba Arregui: ¿Existe Dios? ¿Qué Dios? El autor criticaba algunas imágenes de Dios y desplegaba la suya. Pero, ¿no decíamos que a Dios nadie le ha visto nunca? La teología cristiana añade a esa afirmación que Jesús nos lo ha revelado, pero Arregui ni siquiera aludía a ese revelador. Su imagen de Dios, como suya, era -cuando menos- arbitraria y, a mi modo de ver, caía de lleno en el reproche de San Agustín: “Si lo comprendes, no es Dios”.

En su libro Los hombres, relato de Dios, Schillebeeckx dice: “La Escritura permanece así como el texto de referencia necesario, pero las comunidades eclesiales hacen del texto una palabra viviente aquí y ahora basándose en la dialéctica constante entre, por un lado, el relato neotestamentario de la vida y la muerte del Jesús histórico y, del otro, la vida del Espíritu de Dios… en la Iglesia presente”.

Temía, al redactar este artículo, que sus líneas tuvieran un tufillo inquisitorial. Schillebeecxk me ha formulado con precisón lo que estaba en su fondo. No hay como acercarse a un gran teólogo para salir iluminado.

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