Mariano Aguirre trabaja en Noruega, pero su trayectoria es extensa tanto en instituciones internacionales como en nuestro país, como periodista y analista especializado en temas de conflictos y tendencias internacionales. Ha trabajado en diversos centros en España (CIP y FRIDE), ha sido subdirector del Transnational Institute (Amsterdam) y oficial de programas de paz y seguridad en la Fundación Ford, en Nueva York. Es autor y co-autor de diversos libros y escribe para medios españoles e internacionales, además de haber recibido premios en España y Portugal por su labor en los campos de derechos humanos y paz. Actualmente su trabajo se centra en el seguimiento de tendencias globales, así como de los conflictos en Oriente Medio y en Colombia. Tuvimos oportunidad de charlar con él en el último Congreso de Teología, en el que el tema central estaba plenamente en relación con el núcleo de trabajo de Aguirre desde hace décadas: construir la paz.
En el universo religioso confluyen cosmovisiones, cultura, tradición, espiritualidad, normas e instituciones. Sin duda las religiones son parte del problema de la violencia pero, ¿desde qué elementos podrían hacer las aportaciones más efectivas para convertirse también en parte fundamental de la solución?
La religión es un componente cultural y simbólico muy importante que provee a las personas de normas, códigos de comportamiento y orientación moral y práctica. En la época actual, de reavivamiento y enfrentamiento entre identidades que se ven amenazadas por la modernización y la globalización, [quote_right]Es importante que los líderes e ideólogos de las diferentes religiones promuevan el diálogo, la resolución pacífica de conflictos y la convivencia con otros[/quote_right], los diferentes. A la vez, es importante que eviten que la religión sea usada como arma por la política.
Estamos en un mundo crecientemente complejo, los riesgos de conflictos potenciales se multiplican. ¿Tiene sentido abordar el tema de la violencia desde «las partes»: religión, geopolítica, sistema económico… o desde un punto de vista más multidisciplinar, holístico?
Los conflictos deben ser abordados desde una perspectiva múltiple, especialmente los conflictos con componentes de identidades nacionales, étnicos, tribales o religiosos.
En su reciente ponencia en el Congreso de Teología, presentó una dinámica de gestación de nuevos conflictos que parece abrumadora. A su juicio, ¿qué puede contribuir a minimizar ese riesgo «sistémico» desde: los ciudadanos, desde las religiones, desde los Estados, desde las empresas?
No hay una fórmula. Cada conflicto es único, aunque se aprende de los que han existido y de los éxitos y fracasos en su resolución. Es necesario reforzar los mecanismos multilaterales (Naciones Unidas y otras organizaciones). Los Estados a través de sus gobiernos deberían entender los conflictos más en profundidad y alejarse de la ilusión de alcanzar soluciones fáciles y en cortos plazos. La complejidad requiere análisis creativos, cuestionar los paradigmas de conocimiento, buscar formas nuevas de entender y de actuar. El papel de académicos y organizaciones no gubernamentales es también fundamental, al igual que el del periodismo responsable.
¿Qué valoración hace usted de la actual crisis de los refugiados en Europa?¿Qué opina de la violencia institucional contra los refugiados en las fronteras y de la indiferencia política comunitaria?
[quote_right]Faltan políticas concretas y coherentes de desarrollo, cooperación y resolución de conflictos[/quote_right]
La crisis de los refugiados en Europa es una expresión dramática y masiva de varias tendencias. Primero, la marginación y exclusión laboral, social, económica y politica de amplios sectores de las sociedades periféricas, en este caso, África (Somalia, Etiopía, Eritrea y otros países), Asia (desde Myanmar hasta Afganistán) y Oriente Medio (Siria, Iraq, Palestina…) que lleva a cientos de miles de personas a huir de sus sitios de origen. Segundo, la inseguridad que sufren esas personas en su vida diaria debido a la violencia de Estados o falta de Estados y, en casos extremos, las guerras que o bien les incorporan o les matan (dos caras de la misma moneda). Tercero, la falta de políticas concretas y coherentes de desarrollo, cooperación y resolución de conflictos por parte de Europa, Estados Unidos y otros países (por ejemplo -y crecientemente- los emergentes). Al decir concretas me refiero a que muchas veces políticas bien intencionadas chocan, compiten o son desgastadas por políticas de los sectores publicados y privados de los mismos países donantes que disminuyen cualquier efecto positivo de la cooperación. Cuarto, el creciente deterioro del respeto a los acuerdos internacionales sobre derechos humanos y protección de víctimas, en este caso la falta de respeto hacia la normativa sobre asilo y refugio. Quinto, la falta de acuerdo entre los países europeos para encontrar una política común ante un problema humanitaria de estas dimensiones. Pero no se trata solo de la Unión Europea: el rechazo a estas personas que son “prescindibles” en el sistema internacional es una creciente constante, desde Estados Unidos a Australia, Europa y otros países.
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