

Un mes se cumple desde que la acumulación de casi 200.00 soldados rusos en la frontera con Ucrania devino en una invasión envolvente, por varios frentes, cuyo objetivo es evitar que Ucrania tenga acceso al mar de Azov, obstruir la salida al mar Negro, conseguir que las tropas entren en la capital, Kiev, y que el país invadido claudique en su intento de acercase a Occidente.
El presidente Zelenski ya ha anunciado que ve imposible incorporarse a la Alianza Atlántica (OTAN) y, aunque ha solicitado la incorporación inmediata a la Unión Europea, el procedimiento no va seguir ninguna urgencia.
Según datos de ACNUR, casi diez millones de personas se han visto obligadas a abandonar sus hogares, de ellos, unos tres millones han abandonado el país por la frontera polaca, también hacia Hungría y Rumanía. Es prácticamente imposible que no sepamos todos estos detalles porque los medios de comunicación generalistas han llenado nuestras retinas y oídos. La desolación en Mariúpol (y su alcalde), cohetes supersónicos, el bombardeo de un hospital infantil, de un centro comercial, la mujer embarazada que es rescata de unos escombros, niños caminando solos hacia la frontera, éxodos de mujeres en cientos de autobuses….
Las noticias sobre la guerra en Ucrania resultan reiterativas y promueven la conmiseración inmediata.
Las noticias sobre la guerra en Ucrania resultan reiterativas y, lejos de contextualizar el conflicto, promueven la conmiseración inmediata, sin análisis o críticas a las estrategias de Occidente. ¿Es imprescindible mandar armas a la población civil “para defenderse”? ¿Es necesario que los países de la OTAN anuncien subidas del gasto militar que superan el 2% del PIB, aprovechando el contexto belicista? La recurrencia a imágenes crudas es constante en las televisiones generalistas privadas y ha generado que la sociedad española esté muy pendiente del día a día. A diferencia de las imágenes ofrecidas por las cadenas de televisión en la primera guerra del Golfo, la invasión de Kuwait por Irak o en la guerra de los Balcanes, con las nuevas tecnologías estamos viviendo una teatralización total de la crudeza de la guerra. Eso genera cierta sensibilidad, de forma inmediata, pero el exceso de imágenes acaba por acostumbrarnos al terror.
“Ucrania es un país estratégico del que importamos el 42% de cereales, aceite de girasol, arcillas, materiales para la industria… y la prensa se ha volcado con la invasión, es una guerra sumamente mediática, la de Yemen, por ejemplo, no lo es. No solo es la cercanía, porque más próximo que Marruecos y sus migrantes menores con los que trabajo aquí en Lanzarote… Nos identificamos con lo étnico y religioso”, asegura Ángeles Cabria, enfermera especialista en salud pública con la entidad ACCEM, en el centro de acogida de migrantes de Montaña Mina en Lanzarote.
Según ACNUR, más de diez millones de personas se han visto obligadas a abandonar sus hogares
La enfermera se muestra muy crítica con lo que denomina refugiados de primera y de segunda: “La sociedad ve con distintos ojos a los migrantes que venían de Siria, Libia o los que llegan a diario a nuestras costas desde África en cayuco o patera. Es aporofobia o rechazo al pobre” y añade: “Hay que exigir al Gobierno una regularización generalizada por justicia social, como ponen de manifiesto las campañas en marcha: https://regularizacionya.com/ o https://esenciales.info/«.

La población española se ha volcado en todo tipo de iniciativas individuales y colectivas para ayudar a miles de personas, en su mayor parte mujeres y niños, a huir del horror y ponerse a salvo. “Es indudable que en este conflicto ha primado la empatía, son ciudadanos europeos. Los vemos como iguales. Los ucranianos son de los nuestros”, afirma Guillermo Fouce, presidente de Psicólogos sin Fronteras y profesor de Psicología de la UCM. “La buena voluntad es necesaria pero no suficiente. Hay que cerciorarse de que optas por la acción más adecuada y canalizada a través de organizaciones con trayectoria en la zona”, afirmaba en una entrevista el vocal de Ayuda Humanitaria de la Coordinadora de ONGD, Felipe Noya.
La sociedad ve con distintos ojos a los refugiados ucranianos: son ciudadanos europeos.
En esa misma línea está Ángeles Cabria: “Hay que canalizar la ayuda con las organizaciones que mejor conocen la situación y la mejor manera de gestionarla. Colaboro con los Fondos de Mujeres internacionales, en concreto con el fondo de Polonia, de Ucrania, y tenemos una campaña para vehicular los recursos”, y añade que “Es fundamental exigir a nuestros Gobiernos que cumplan con los derechos (parte legal, asilo, acogida, escolarización), y que sean equitativos con la gente huida de guerras, hambrunas, persecución. Las Administraciones tienen que apoyar a las entidades que operan sobre el terreno, más que por ejemplo ACNUR, que desde mi punto de vista ha desvirtuado su mandato. Debemos reflexionar si no hay una necesidad de hacer de salvadores y hacernos la foto para satisfacer los egos y las conciencias”.
Ante el riesgo de que la guerra sea larga, desde las ONGD, a través de la federación catalana (LaFede.cat), explican la necesidad de canalizar donaciones económicas mejor que en especie porque “pueden no adecuarse a las necesidades de la población y a la situación humanitaria y logística en el terreno”, explican desde Farmamundi. “No se deben enviar medicamentos a una zona que sufre una emergencia, tienen que estar autorizados, venir de canales farmacéuticos, tener la adecuada conservación y calidad para que sean efectivos”.
Hay que canalizar la ayuda a través de organizaciones que conocen la situación y la manera de gestionarla.
La forma de canalizar las ayudas a entidades solventes y cuyo trabajo está contrastado está en las páginas de la LaFede.cat: http://cooperaciocatalana.gencat.cat/ca/que-fem/accio-humanitaria/ucraina/ o de la Coordinadora de ONGD: https://coordinadoraongd.org/2022/03/como-apoyar-a-las-ongd-espanolas-en-ucrania/
Como cristianos, ante el riesgo de un pensamiento único pro bélico, el aumento de la producción de armamento, ante el dolor de las poblaciones ucranianas y también de la ciudadanía rusa acallada por disentir de Putin, deberíamos abogar por el cese inmediato del conflicto desatado en Ucrania, la retirada de las tropas y la desmilitarización de la zona.
Por otra parte, la comunidad internacional debe asumir su responsabilidad y contribuir a allanar el camino hacia la paz, proponiendo soluciones a las causas que han generado el conflicto.