Desde los tiempos remotos de la caverna platónica y más allá, plantear –plantearnos- preguntas es no sólo una de las actividades más humanas, sino el método más acreditado para el progreso de la humanidad. Pero hay preguntas y preguntas. ¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? ¿A dónde vamos? ¿Por qué aguantamos tanto? Han ahondado en el sentido mismo de la vida y la identidad de los seres humanos.
Luego están las preguntas retóricas, que no buscan respuestas específicas, pero hacen la comunicación más amena, más brillante, más hermosa. O, cuando menos, marean el asunto y entretienen al personal.
Finalmente, llegamos a las preguntas tontas, de imposible respuesta, al menos no del tipo que pretende el emisor (aunque algún calificativo sobre éste se le ocurre a quien las oye). Como esta, que confunde el abandono con la huida ante el horror gramatical.
El contexto a veces completa el texto. No se pierdan la cara del santo que, sin duda involuntariamente, se ve sometido a una vecindad difícilmente deseable y que parece pensar “¡qué cruz de pregunta!”.
@aretaca13
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