Por José Luis Palacios
No resulta tan fácil como parece. Mucho menos, acompañar como merecen a aquellas personas enfermas conscientes de la inminencia del fin de sus días. Cada vez más, los expertos reclaman, también para quienes están al borde de dejar esta vida, atender las necesidades espirituales que surgen en tales circunstancias.
Pilar Arranz, pionera de la inclusión de la atención psicológica a las personas enfermas (en general) y en fase terminal (en concreto) fue psicóloga adjunta del Servicio de Hematología y Hemoterapia del Hospital Universitario La Paz y, actualmente, dirige el Instituto de Psicología Aplicada y Counselling Antäe. Sabe bien lo mucho que ha costado pasar de atender la enfermedad a atender a la persona. “En 1974, empezamos a trabajar por atender al enfermo en todo su proceso. Entonces no había quimio ni las opciones terapéuticas de hoy en día y era frecuente oír que no había nada más que hacer. Yo preguntaba, ¿cómo es eso posible? Seguro que hay dolor, disnea, estreñimiento… y que los pacientes tienen necesidad de hablar, de ser escuchados y necesitan una oportunidad de cerrar el ciclo sin rencor para poder morir en paz”.
Ramón Bayés, otro psicólogo pionero de la atención integral en cuidados paliativos, tiene muy clara la nueva frontera que en el siglo XXI debería superar la medicina. Apoyándose en David Callahan, este catedrático emérito subraya muy oportunamente que el objetivo de la medicina no es sólo curar enfermedades. “Los objetivos de la medicina en el siglo XXI deben ser dos y ambos de la misma categoría y la misma importancia; por una parte, permanece el objetivo de siempre, luchar contra las enfermedades; pero por otra, cuando -a pesar de todos nuestros esfuerzos- llegue la muerte, ya que los individuos de nuestra especie, a pesar de los grandes logros de conocimiento adquirido, nunca podrán posponerla indefinidamente, conseguir que los pacientes mueran en paz”, escribió David Callahan.
Bayés relaciona la petición de eutanasia y suicidio asistido, temas recurrentes en nuestras sociedades prósperas, más que con el miedo al sufrimiento por las dolencias incurables -para el que existe hoy día un buen arsenal farmacológico- con las estrategias personales para controlar el miedo a la “pérdida de identidad”. Defiende que “tal miedo podría disminuirse o eliminarse introduciendo cambios significativos en su entorno psicológico, a través del soporte afectivo de sus personas queridas y de la práctica de unos buenos cuidados paliativos”.
Después de todo, sigue Arranz, “la persona no se puede partir: el cuerpo, la mente, la espiritualidad, la biográfica van entrelazadas”. Ha aumentado la conciencia entre los profesionales sanitarios de la importancia de prestar la debida atención a las personas cuya muerte está próxima tanto en los hospitales como a domicilio. Ahí está el desarrollo e interés de la Sociedad Española de Cuidados Paliativos, cuyos congresos y obras de referencia han permeado la red sanitaria. Sin embargo, todavía hoy se dan grandes resistencias. Una muy lógica, como explica Arranz: “Los médicos se defienden mejor en una situación técnica y muchos, la mayoría buenas personas, no quieren comprometerse emocionalmente porque no lo saben manejar, no les han enseñado, no tienen esas habilidades”.
Esos últimos instantes de conciencia, coinciden la mayoría de los expertos, acarrean de modo universal una intensa espiritualidad. “He acompañado a niños que se hacían preguntas muy profundas, ¿por qué a mí?, ¿qué va a pasar después? He cantado rezos repetitivos con musulmanes, he rezado con judíos y diría que todos tenemos necesidad de reconciliarnos en estos momentos con nosotros mismos, con los demás y con lo otro, lo llame cada uno como lo llame”, confiesa Arranz.
La Sociedad Española de Cuidados Paliativos cuenta con un grupo de trabajo sobre Espiritualidad y una guía de acompañamiento en este ámbito para los especialistas en cuidados paliativos. Tal y como lo entienden estos profesionales, “las necesidades espirituales no deben ser consideradas como residuo religioso que se intenta enganchar de forma artificiosa a un mundo laico, sino un rasgo antropológico universal, extensible a todo ser humano, tenga o no creencias religiosas”.
El sacerdote camilo Luis Armando de Jesús Leite do Santos define ese ámbito de la persona como “una forma de ver el mundo, de establecer los valores personales, que tienen todas las personas y que las mantiene de algún modo dentro de un equilibrio que da sentido a su vida, ya sean agnósticas, ateas o creyentes”. “El acompañamiento espiritual parte de esos valores, entre los cuales a veces está la religión y se conduce mediante el diálogo filosófico, la logoterapia, el diálogo existencial o el ‘counselling’, buscando siempre, en ese momento difícil de la persona que se muere que pueda reconciliarse consigo misma y con sus familiares y allegados”, añade De Jesús Leite.
Los camilos llevan desde el siglo XVI empeñados en ayudar al buen morir. Como actual capellán del Hospital La Fe de Valencia, De Jesús Leite asegura que hay que prepararse, estudiar psicología, tanatología… para saber actuar en estos momentos. Es más, a él mismo se le ha caído la cara de vergüenza al ver a algún compañero sacerdote actuando en tales circunstancias: “Algunos mal administran el sacramento de los enfermos e intentan consolar a la familia con palabras fáciles”.
El sufrimiento, convienen los expertos, se produce por la tensión ante las amenazas que engendra una situación determinada y los recursos de que dispone la persona para hacerles frente y poder avanzar, así, en el proceso de aceptación de lo que hay, es decir, de que somos temporales e interdependientes. “La rabia, la desesperación, la angustia de los pacientes suelen estar relacionadas con la falta de tiempo y la incapacidad para realizar el proceso de ordenar sus cosas, de plantearse por qué estamos aquí y qué sentido ha tenido la vida”, señala Arranz.
Con todo, ahí están los profesionales, sacerdotes, religiosos y laicos que intentan ayudar a morir con dignidad y paz a los pacientes y, sobre todo, devolverles el control sobre lo único que les queda en esa fase de sus vidas: el poder de decidir cómo afrontar el viaje sin retorno. La persona es un misterio en sí misma y, al final, como explica, “te encuentras gente que vivió bien su vida sin tener fe y muere con mucha paz; otros que tenían una fe superficial y que mueren negando a Dios, y otros que metieron mucho la pata y mueren atormentados”.
Efectivamente, la vida y la muerte bailan unidas en la pista de la vida. Ayudar al buen morir es también un canto a la vida que merece ser vivida. “En Brasil se dice que ‘si morir es descansar prefiero vivir cansado”, recuerda el religioso camilo, quien tiene claro que “todo lo que tengas que hacer, hazlo, elogia todo lo que tengas que elogiar y no dejes que el cálculo te quite la oportunidad de crecer, de amar y de ser amado, de tener relaciones significativas con todo lo que te rodea. Persigue tus sueños mientras puedas”.
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