El pasado año, unos 1.500 españoles viajaron como peregrinos a Tierra Santa, buena parte de ellos en viajes organizados por la Custodia Franciscana.
La experiencia de peregrinar a Tierra Santa puede dejar un sabor agridulce: entre la emoción de recorrer los lugares históricos de la vida de Jesús y las prisas propias del turismo, que puede limitar una experiencia espiritual más profunda. En raras ocasiones se prevé un encuentro con los cristianos locales. ¡Ah, el tiempo y sus exigencias!
Para Pedro, sacerdote burgalés, ha sido “una experiencia total porque, partiendo de los sentidos, la imaginación tiene que intervenir para reconstruir la vida de Jesús. En otros sitios puedes encontrar monumentos más grandiosos, pero no establecer una conexión tan profunda. Esto no es un viaje turístico, es una peregrinación a tus propias creencias. Se descubre muy bien aquí la humanidad de Jesús: el paisaje que recorrió en sus caminatas, los olores… Es venir al lugar exacto donde el Evangelio se hizo carne”.
Alfonso, aragonés y también sacerdote, no tenía el viaje entre sus prioridades -no es el paisaje más bonito del mundo, dice, hay otros viajes más exóticos- pero ahora piensa en organizar una peregrinación parroquial. Sus momentos preferidos: un rato a solas en el Santo Sepulcro, las calles de la Jerusalén vieja y la Basílica de la Anunciación en Nazaret, ese lugar donde “la historia se para hasta escuchar la respuesta de María”.
Teresa, burgalesa, cree que hay que visitar Tierra Santa al menos una vez en la vida. Ella la ha visitado muchas veces en los últimos 25 años, desde que vino a celebrar sus bodas de plata y una Hora Santa en el Monte de los Olivos la conmovió hasta el tuétano. “Fue como un enamoramiento”, dice. Ha promovido peregrinaciones, forma parte del grupo de Amigos de Tierra Santa y mantiene una relación entrañable con religiosas de Jerusalén, a las que ayuda regularmente. Se lamenta de “la premura de tiempo y de que ahora los viajes sean más turísticos que religiosos”.
Algo parecido le sucedió a Mili, asturiana, que desde 1988 ha viajado a Tierra Santa 17 veces. “Me gusta la historia y soy una enamorada de Tierra Santa desde cría, no me canso de venir. Veo ahora el Evangelio más real… aunque luego me cueste ponerlo en práctica”. Insiste en que “no hay problemas de seguridad, hay que hacérselo ver a los amigos y que sepan que los franciscanos conocen el terreno y se ocupan mucho de nosotros”. Concluye con una gran verdad: “No les interesa ni a judíos ni a palestinos que el turista se encuentre a disgusto”.