El Siglo de las Luces marcó el principio del fin para una Iglesia que había necesitado de la oscuridad para subsistir y mantenerse en el poder (oscuridad intelectual, social, moral, financiera…). Pío IX (léase No, no) firmó el acta de esta defunción con su inefable Syllabus, una declaración de guerra total contra los signos de los tiempos (Juan Pablo II lo declaró beato… ¡junto a Juan XXIII!).
Para tratar de remontar este ineluctable declive, San Súbito, actor y polaco, intentó en tiempos recientes una recuperación populista y personalista; pero ya se sabe que los populismos tienen las patitas cortas. Ni su súbita canonización ha tenido el éxito que se esperaban.
Benedicto lo intentó de otro modo, remachando la ortodoxia teológica -de la que era gran maestre- y mariposeando por el mundo de las ideas (trasnochadas)… Nadie lo siguió: al final tuvo que renunciar por imperativo categórico.
Ahora, la propuesta del papa Francisco para salvar lo que queda de la Iglesia católica consiste en presentarla como una gigantesca ONG. Y, dentro de las tentativas, ésta es -desde luego- la más noble; pero, ¿qué necesidad tiene una ONG del Filioque o de la Casti connubii?
A la mitología católica le ha llegado su final con los tiempos de las libertades individuales, la psicología profunda, la inteligencia artificial, la física cuántica, la secuenciación del genoma, la medicina biomolecular, la astrofísica… Ya no hay lugar para oscurantismos de derecho divino ni autoritarismos heredados. En el siglo XXI Dios no está para Iglesias. Hoy, el mayor signo de estos tiempos es que estos tiempos ya no necesitan de esta Iglesia. Hasta que surja una alternativa quedará para los subdesarrollados intelectuales (que son muchos) y los fanáticos, que serán cada vez más feroces.
Eso sí: a Francisco, por lo menos, le cabrá el honor de haber terminado de una vez por todas con la Iglesia, cosa que también intentó su maestro, Jesús de Nazaret (“Venid, benditos, porque me disteis comida”) sin conseguirlo.
NB. Que el catolicismo desaparezca no quiere decir que termine la búsqueda de sentido que ha acompañado al humano desde los pretiempos del homo erectus.
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