
A lo largo de casi dos semanas, mandatarios de todo el mundo, científicos, incluso celebrities, discutieron en la cumbre del Clima (COP26) sobre la mayor amenaza para el Planeta y la humanidad que lo habita. Una cumbre con más ruido que nueces, de resultados más que modestos y con contradicciones escandalosas.
Los asistentes llegaron en 400 jets privados, grandes emisores de gases de efecto invernadero; en tierra, se trasladaron en largas caravanas de automóviles (solo la comitiva de Biden estaba formada por 85). El ‘lobby’ de los combustibles fósiles tuvo más representantes que cualquier país asistente.
Estamos acostumbrados a que estas cumbres tengan algo de parto de los montes; esta no ha defraudado. Según Irene Rubiera, portavoz de Ecologistas en Acción en Glasgow, “no hay ningún verbo en el texto final que genere una vinculación legal; son todo invitaciones, recomendaciones y ruegos. (…) Dice que hay que luchar contra la emergencia climática pero no concreta ni cuándo ni cómo se va a hacer ni, sobre todo, con qué financiación.
Algunos puntos clave de la COP26 y sus acuerdos.
Por sorprendente que pueda parecer, es la primera cumbre en la que se ha aceptado el discurso de la emergencia climática, atendiendo la llamada del Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC) a reducir en al menos el 45 % las emisiones globales para 2030. Pero sin capacidad vinculante.
Es la primera cumbre en la que se ha aceptado el discurso de la emergencia climática.
El próximo año comenzará la revisión de los compromisos de los países con la actualización a las normas aprobadas. Es un avance, pero la falta de vinculación a que sea acorde con la ciencia hace muy difícil garantizar que se evite la subida de las temperaturas por encima de los 1,5 ºC.
Costó, pero en el documento final se aborda el espinoso asunto de la subvención a combustibles fósiles. Recoge que la lucha climática pasa por acabar con ella, pero, por presiones principalmente de India, el compromiso de «eliminar gradualmente» de un borrador anterior quedó en el documento final en «reducir gradualmente» las inversiones en carbón, gas y petróleo, colando de paso que la rebaja sólo afectará a las «ineficientes» (sin concretar cuáles lo son).
El fondo para financiar los impactos catastróficos del cambio climático –una acuciante demanda de los países más afectados- debía ser uno de los platos fuertes de esta Cumbre, y se ha abordado, pero sin grandes logros. No se garantiza la creación de un fondo, sino iniciar un diálogo para crearlo.
Otro tanto ha sucedido con los fondos de adaptación, cuyo incremento se reclamaba. La declaración final incluye la necesidad de duplicarlos para 2025, sobre los niveles de 2019, pero la cifra es insuficiente según las proyecciones. Además la referencia a 2019 rebaja esta cuantía, ya que, si se fijara sobre los niveles actuales, sería mucho mayor.
En 2009 se prometió un Fondo Verde de 100.000 millones de dólares, que debían haberse provisto en 2020, para que los países más vulnerables puedan generar políticas efectivas para afrontar inundaciones, sequías o inseguridad alimentaria, entre otras consecuencias del calentamiento global. No solo no ha sido posible conseguir la financiación, sino que se vuelve a aplazar su revisión hasta 2025.
¿Para qué tanta reunión y tanto bombo, si al final no se comprometen con lo acordado? Jean-Luc Mélenchon -fundador de la plataforma de izquierdas Francia insumisa y candidato a las presidenciales de 2022- respondía poco después de la clausura de la COP26: “Porque el carácter puramente declarativo de estos compromisos convierte a la actual diplomacia climática en un mero espejismo. (…) Ningún nuevo orden ecológico mundial podrá nacer sin poner fin a la impunidad de quienes contravienen el interés general de la humanidad”. “Es legítimo –añade- crear un derecho vinculante con el amparo de las Naciones Unidas”.
Es el «bla bla bla» de los últimos 30 años que critica Greta Thunberg, que una querida amiga traduce del sueco al castellano como “menos rollo y más manteca al bollo”.
La gran perdedora: la justicia climática
Por esas fechas, la activista sueca afirmó en “Salvados” que para atajar la crisis climática hay que combatir la causa principal: la desigualdad entre países ricos y pobres. No la escucharon mucho en Glasgow, donde la gran derrotada ha sido la justicia climática.
Para atajar la crisis climática hay que combatir la causa principal: la desigualdad entre países ricos y pobres.
Como queda dicho, quienes más contribuyen al calentamiento global niegan el apoyo –la restitución- a las poblaciones que más sufren sus efectos, menos contribuyen al calentamiento global y apenas cuentan con recursos para hacerle frente. Los países africanos destinan una media de un 10% de su PIB en adaptación contra la crisis climática. Pese a todo, la diferencia entre lo que gastan y lo que realmente necesitan es de hasta el 80%, según un informe publicado por The Guardian. Este continente representa el 4% de las emisiones históricas de gases de efecto invernadero, mientras que EEUU es responsable del 25% del total, la UE del 22% y China del 13%.
Un estudio del Instituto Ambiental de Estocolmo, el Instituto de Política Ambiental Europea y Oxfam Intermón ha puesto cifras a la denuncia de Greta, matizando que la desigualdad no es solo cosa de países, sino de grupos humanos; concretamente de ricos y pobres (vamos, de lo que antiguamente se llamaban clases). «La brecha de emisiones globales para mantener vivo el objetivo de París de 1,5°C no es el resultado del consumo de la mayoría de la gente del mundo, sino que refleja las emisiones excesivas de los ciudadanos más ricos del planeta», declara uno de los autores.
Ese 1% glotón insaciable más rico del mundo está generando treinta veces más CO2 per cápita de lo que todo el mundo debería emitir para mantener el calentamiento global por debajo del umbral del 1,5ºC en 2030. Y no es cosa de hoy, sino que se viene constatando desde que se miden estas emisiones. Entre 1990, cuando el IPCC publicó su primer informe, hasta la firma del Acuerdo de París ( 2015), el 1% más rico de la población generó el doble de emisiones que la mitad de la población más empobrecida del mundo. (Por cierto: si quieren entender de dónde saca para tanto como destaca este 1%, vean “Alicia en el país del dinero” https://binged.it/3D39amT).
Mohamed Adow, director de Energía y Clima del Think Thank Power Shift África, valora así la COP26: «Las necesidades de las personas vulnerables del planeta han sido sacrificadas en el altar del egoísmo del mundo rico. El resultado es el reflejo de una COP celebrada en el mundo rico y contiene las prioridades del mundo rico».
El resultado es el reflejo de una COP celebrada en el mundo rico y contiene las prioridades del mundo rico
Emilio Santiago Muiño declaraba en una entrevista Crític que la alternativa es “matar o compartir”. La contestación de quienes reclaman que la opción sea compartir se ha hecho sentir, desde los jóvenes que llenaron las calles de Glasgow hasta los de católicos de todo el mundo que acudieron allí para hacer resonar el grito de auxilio de la Tierra y de las personas más afectadas por la crisis climática. A lo largo de las casi dos semanas participaron de numerosos eventos e iniciativas para hacer oír su voz con la petición Planeta Sano, Gente Sana que apoya el llamamiento del Papa Francisco a la acción urgente por el cuidado de la casa común, y que lleva las firmas de más de 130.000 católicos y de 425 organizaciones asociadas.
Acabemos con algo esperanzador. Por primera vez, los gerifaltes de dentro se han visto obligados a oír las voces de fuera y dicen que los jóvenes podrán participar en próximas cumbres. ¿Qué menos? Son ellos quien tendrán que vérselas con el desastre.