Hace algunos días me llamó una señorita muy amable para ofrecerme un seguro de decesos. Al principio me quedé un poco parado, por aquello de asimilar un término tan poco utilizado, pero de inmediato me situé. Lo que me ofrecía era un seguro para cuando me llegara el momento de la muerte. Mientras me explicaba en qué consistía, mi cabeza se preguntaba: ¿por qué le llaman deceso cuando quieren decir muerte? La impresión que tengo es que utilizamos palabras más “suaves” para hablar sobre la muerte. Hemos asumido, a través de las noticias y otros medios de comunicación, que son otros los que se mueren. Hasta el punto de que integramos como normal que fallezcan tantos seres humanos en una catástrofe natural o que haya personas que perezcan en las migraciones. Incluso las cifras han dejado de inquietarnos porque, tal y como se nos transmiten, parecen ser solo números. Algunas personas son capaces de traspasar la barrera de los datos y adentrarse en el dolor humano que supone la pérdida de una o varias personas.
La señorita me siguió contando que el seguro gestiona los gastos del funeral o la incineración. A lo cual le respondí que voy a donar mi cuerpo a la ciencia, con lo que poco tendrán que hacer con él. Prefiero que algunos estudiantes puedan aprender realizando prácticas y adquiriendo conocimientos a que desaparezca por incineración o la tierra me convierta en parte de ella. Ni mi cuerpo ni mis órganos me pertenecen, me fueron regalados y yo los quiero entregar para beneficio de otros.
También me informó de que el seguro cubre diversos aspectos, como beneficios para mi familia a la hora de gestionar y tramitar los gastos de ese momento, orientación respecto a herencias y pensiones. Le expliqué mis expectativas de cara al final de mi vida respecto al dinero y los bienes materiales. Espero que lo que tenga pueda repartirlo de la mejor manera posible, sobre todo para aquellos que carecen de bienes y abundan en males. Nada traje y nada voy a llevarme.
Después me especificó sobre otra serie de aspectos que me sorprendieron, tales como la baja de la seguridad social, borrado de huella digital, ayuda psicológica para el duelo… Pensé: ¿también tenemos que tener un apoyo psicológico para el duelo y no somos capaces de gestionarlo solos? Sin duda, habrá personas que lo necesiten, pero creo que la mayoría no. En ocasiones tengo la sensación de que nos crean necesidades que en muchos casos podemos resolver por nosotros mismos.
Me siguió relatando un montón de aspectos: es un seguro multirriesgo para toda la familia, que además cuenta con asistencia en viajes; cobertura médica, odontología, orientación legal, testamento on line… A lo cual le pregunté si me ofrecía solo un seguro o varios pues intento tener solo lo que necesito, por aquello de vivir con lo esencial y básico, no con aquello que me ofrecen pero no preciso.
Cuando recibo este tipo de llamadas comerciales intento ser amable con las personas que se ponen en contacto conmigo porque están trabajando y se esfuerzan por ganar un merecido sueldo, ofreciendo lo que su compañía quiere vendernos. Siento no haber sido su cliente ideal, le dije. Les animo a que sigan haciendo llamadas y encuentren pronto a otro cliente al que le pueda interesar. Suelo acabar dándoles las gracias por la información, deseándoles que tengan un buen día y agradeciéndoles que hayan sido amables si es que lo han sido.
Respecto al tema de la muerte, deceso, fallecimiento, óbito o como lo quieran llamar, repito aquello que cantaba Mercedes Sosa: “Solo le pido a Dios, que el dolor no me sea indiferente, que la reseca muerte no me encuentre vacío y solo sin haber hecho lo suficiente” y además, como decía mi madre: “poquito mal y buena muerte”.
Juan Carlos Prieto Torres
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