El Mundial literario

Foto. Universidad de Oviedo

Si el fomento de la lectura fuera un negocio y no una tarea del Estado, seguramente ya se hubiera organizado el Mundial literario, a la manera de las competencias deportivas internacionales que registran masivas asistencias en los estadios, coberturas noticiosas ininterrumpidas en canales especializados, pirotecnia publicitaria y contratos millonarios para las estrellas del momento.

Tendríamos fanáticos que hacen cola para fotografiarse con su escritor favorito, reventa a las puertas de las ferias del libro del mundo y las librerías y bibliotecas se colmarían los domingos por la tarde. Si la literatura fuera el fútbol, tendríamos discusiones acaloradas sobre el personaje protagónico o el argumento de tal novela y por la noche leeríamos los resúmenes con sus mejores escenas.

Pero en el mundo se lee cada vez menos y se venden más tabletas, videojuegos y esos teléfonos inteligentes que, por contraste, nos hacen un poco más tontos o, al menos, más ociosos. En México y Perú el promedio es de un libro al año, estadísticas muy similares a las de Argentina y Chile. Y, pese a ello, como en el fútbol, siguen apareciendo figuras literarias latinoamericanas que ganan los premios más codiciados.

Foto. Pabel Rock CC

Si la lectura fuera una competencia, Francia y España serían siempre candidatos al primer lugar, al igual que los suecos y finlandeses. En Francia se leen, en promedio, once libros al año, uno más que en España. Noruega sería la cuna de los talentos (en una población de cinco millones de lectores, cada año se venden 15 millones de libros) y Japón, el campeón indiscutible: 46 libros al año, es decir, casi un libro por semana.

En el lugar de La Masía, la academia de las categorías inferiores del poderoso FC Barcelona, estaría la Biblioteca Pública de McAllen, con más de once mil metros cuadrados de libros dirigidos sobre todo a la infancia, en lo que antes fuera un gran supermercado. La lectura alimenta más. La Biblioteca del Congreso de Estados Unidos sería el estadio de Wembley, con sus treinta millones de libros y quizá el Messi de la lectura sería un tipo llamado Magnus Scheving.

El creador de la serie de televisión infantil Lazy Town, que incentiva el deporte y la alimentación sana, lee más de 200 libros al año; mientras, en Perú, el integrante de un programa juvenil de concursos se jacta de no haber leído nunca. Y, mientras millones de jóvenes se atormentan en el país de los Incas porque su selección no clasifica para el mundial de fútbol, pocos celebraron los 120 años del natalicio de César Vallejo, su poeta más universal.

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Es cierto que existe el fanatismo de la lectura. Que en México más de 154 mil personas asistieron a la Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería este año, que Bogotá y Buenos Aires han sido capitales internacionales del libro en los últimos seis años y que en el Perú han aparecido nuevas librerías, autores y revistas literarias, pero las bibliotecas públicas siguen ausentes.

Si los gobiernos jugaran el Mundial de promoción de la lectura, Colombia le daría una soberana goleada al Perú. En el país de la cumbia, del café y del premio Nobel de literatura Gabriel García Márquez, los niveles de lectura no son muy alentadores, pero las inversiones que están haciendo los ministerios de Cultura y Educación parecen prometedoras: 41 bibliotecas nuevas (y 38 más en camino) y siete millones de libros nuevos.

El país de Machu Picchu, la papa y el premio Nobel de literatura Mario Vargas Llosa no solo juega con el marcador en contra (invierte menos del 3% de su PBI en educación), sino con un déficit en la comprensión lectora que resulta alarmante. La palabra gol, que no necesita tildes ni se afecta por el dilema de la “s” o la “c”, parece la única que les interesa.

Este año en Huamanga, la ciudad peruana donde surgió el terrorismo, se realizará una campaña de incentivo de la comprensión lectora en los distintos barrios y caseríos; mientras, en la capital, la Casa de la Literatura (que hasta hace unos meses corría el riesgo de convertirse en sede estatal administrativa, acción similar a convertir un campo de fútbol en oficina tributaria) realizará diversas actividades durante abril, el mes de las letras.

Foto. Frailejón editores.

Las librerías también se han puesto a punto (aunque una arrastre un discriminatoria campaña de promoción durante el Día de la Mujer, fecha en la cual ofrecieron descuentos solo en los libros de autoayuda), pero esa fiebre que contagió a escritores peruanos como Ciro Alegría, Julio Ramón Ribeyro y al popular Santiago Roncagliolo no llega a los estratos políticos (donde justamente el papá del último figura como canciller).

La desidia es un alevoso foul que, cuando proviene de las autoridades, debería ser motivo de tarjeta roja. Este año en Trujillo, durante la celebración de una feria del libro, el alcalde de la ciudad (que además posee una universidad con el nombre del poeta peruano más universal) confesó abierta y orgullosamente que nunca lee ni escribe. La ignorancia, como el fútbol, hermana a peruanos y peruanas como el alcalde César Acuña y el protagonista de televisión.

Si la selección de fútbol no llega al Mundial, las esperanzas volverán a renacer dentro de cuatro años y la publicidad nos hará creer que sí podemos. Si las autoridades del Gobierno no hacen nada por promover la lectura en el país, nadie los mandará a segunda división. La lectura en el Perú es un juego que se sigue jugando de espaldas al arco de los protagonistas políticos.

Foto. Alex Lanz

En una de sus últimas entrevistas, el escritor chileno Roberto Bolaño, quizá el último fenómeno literario latinoamericano en décadas, dijo que un libro es la mejor almohada que existe. En una sociedad donde los niños duermen con una pelota, el éxito de Harry Potter (con más de 400 millones de lectores y lectoras) y otras sagas para personas jóvenes y adultas es tan necesario como el aliento de los padres.

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