Quedan ya en el baúl de los recuerdos los días del verano, pero me permito poner sobre el papel unas reflexiones que me surgieron en pleno verano, en la playa, a propósito de mi afición a nadar a contracorriente. De niña, nadar a contracorriente significaba la reprimenda de mi padre porque en días de fuerte oleaje, obviamente, no era lo más adecuado para una bañista de pocos años, como era mi caso. Ir a contracorriente, hoy, para mí adquiere un significado bien distinto: supone un reto permanente porque se traduce en colocar la justicia y la solidaridad en el centro de toda la actividad humana. Supone el reconocimiento de los derechos para todas las personas.
Vivimos en el mundo de las paradojas y de las realidades escandalosas, resultado de procesos largos, complicados y complejos que se reflejan en las enormes desigualdades, insalvables en muchos casos, que hoy siguen aumentando porque sus raíces están ancladas y abonadas por la falta de justicia.
¿Es justo que cada día, según FAO, mueran 30.000 personas a causa del hambre cuando en la Tierra hay recursos suficientes para alimentar a todos los habitantes del planeta? ¿Es justo que 2.800 millones de personas pobres vean frustradas sus oportunidades de acceder a una vida digna? ¿Es justo que se prevea que en 2016 el 1% de la población acumulará más riqueza que el 99% restante? ¿Es justo que más de la mitad de la población mundial no tenga garantizados derechos tan elementales para vivir como el derecho a la alimentación, el derecho al agua, el derecho a la educación o a la salud? ¿Es justo que haya libertad para bienes, servicios y capitales pero no haya libertad de movimientos para aquellas personas que intentan huir de la pobreza, de la guerra o de la exclusión? Ir a contracorriente hoy es fomentar el sentido de la justicia y de la equidad desde el núcleo familiar para transmitirlo al grupo social en el que nos movemos. Ir a contracorriente es denunciar que, mientras el 60% de la población mundial puede entrar en el mercado mundial del consumo, el resto no ve reconocidos sus derechos.
Ir a contracorriente es sensibilizar a la ciudadanía, es decir, hacer sentir a las personas la existencia de otras, dejarse afectar por ellas. Conocer y reconocer la realidad de otras personas. Denunciar las desigualdades existentes hoy, sus consecuencias y las estructuras o instituciones que las hacen posibles. Ir a contracorriente es no ser indiferentes ante los efectos negativos del orden socioeconómico mundial establecido y buscar posibilidades de cambio social, hacer propuestas, presionar, influir en los ámbitos de decisión políticos y mediáticos. Adquirir un compromiso personal y/o social para intervenir en el desarrollo comunitario, en hechos concretos, articulando protesta y propuesta.
Ir a contracorriente es fomentar la “contracultura de la solidaridad”, en palabras de Joaquín García Roca, como encuentro que coloca en primer plano a las personas beneficiarias de las acciones solidarias, cuya situación personal o colectiva hacemos nuestra. De este modo, se evitarían espectáculos tan bochornosos, tan lastimosos como los que están dando los países de la Unión Europea en relación al asilo o a la llegada de inmigrantes, es decir, la llegada de personas que buscan oportunidades de vida para ellos y sus familias.
Ir a contracorriente, como decía al principio, es un reto hoy; un reto necesario porque hay que rescatar valores tan esenciales como la justicia y la solidaridad.
Como afirma David Trueba, “ha sido siempre el empeño a contracorriente lo que ha cambiado el mundo”. Conviene recordarlo.
- El poeta del agua - 21 de marzo de 2023
- Las personas desplazadas y refugiadas se cuentan por millones - 11 de julio de 2022
- Las profundas rupturas en la Iglesia. La iglesia arde - 9 de mayo de 2022