A los magos de Oriente

Queridos Reyes Magos de Oriente:

Ya sé que sois los “Magos” de siempre, los de mi infancia y los de la de todos los niños y niñas que el día cinco por la tarde salieron a recibiros y a veros para pasar unos momentos de inmensa ilusión. Pero esta vez me ha parecido oportuno dejar a un lado la “magia” que sois capaces de hacer (¡qué decir de la alegría incontenida que engendráis en el corazón de tantos niños y niñas!), para centrarme más en vuestro lugar de origen, donde se viven unas circunstancias en que no hay lugar para la “magia”, sino para la realidad cruda hasta extremos inimaginables en muchos momentos, si no fuera porque la vida nos recuerda cada día que no estamos ante ningún tipo de sueño, sino ante auténticas realidades.

Queridos Reyes: habéis llegado a nuestros países europeos desde vuestro Oriente querido, pero masacrado hasta las entrañas. Supongo que os habrá costado mucho partir sabiendo el dolor y el sufrimiento que dejabais allí. A pesar de ello, habéis querido seguir con el compromiso que un día os impusisteis para que nuestros niños (y también muchos mayores, ¿por qué no decirlo?) se vuelvan locos de contentos al encontrarse ante sí los regalos con que tanto soñaron.

No pretendo con este escrito, abusando de vuestra “magia”, pediros que nos traigáis todavía más. Tampoco va mi carta en esta dirección sino, precisamente, en la contraria. Concretamente en el sentido de que nos convirtáis a nosotros en “magos” durante un tiempo, me temo que va a ser largo, para llevar a vuestro Oriente no regalos precisamente, sino algo mucho más elemental como son “derechos”.

En primer lugar, el derecho a hacer todo lo posible para que vuestros pueblos y ciudades dejen de ser masacrados por la violencia y por la guerra, con el fin de que todas y todos puedan vivir en paz: los adultos con el trabajo y los niños y los jóvenes con el estudio, los juegos y la diversión. Nuestros gobiernos nos dicen que hay que ser realistas dejando las magias para otros momentos, en el sentido de que bien poco o nada pueden hacer para que todo eso se consiga. Vosotros sabéis que todo eso es falso, lo cual nos tendría que hacer plenamente conscientes de que, en el mejor de los casos, nuestra indiferencia nos convierte en cómplices y culpables.

¡Cuánto nos alegra siempre recibiros a vosotros, ya lo veis! Os preparamos carrozas adornadas con todo lo mejor; vais protegidos y escoltados por nuestros cuerpos de seguridad y de policía. Por todas partes se oyen gritos de entusiasmo, vítores y salvas de gloria.

Por otro lado, sin embargo, ¡cómo nos afanamos por evitar que nadie de la gente que vive en vuestros países llegue a nuestro territorio, ni por mar ni por tierra! Nos hemos blindado construyendo fronteras y poniendo personas armadas hasta los dientes para impedir que nadie de los vuestros llegue a nuestros países; muchos de ellos para salvar físicamente la vida, ya que están amenazados de muerte; todos en general para vivir con un mínimo de dignidad.

Queridos Reyes de Oriente: infundid en nuestros corazones unas buenas dosis de justicia, toneladas y toneladas de solidaridad, abundantes sentimientos de generosidad y de acogida, etc. ¡Y qué más os voy a pedir que vosotros no sepáis y que tanto necesitamos para hacer por nuestra parte todo cuanto podamos de cara a conseguir que vuestros conciudadanos recuperen el sentido humano de vivir! Eso sí, los que aún están a tiempo, porque todavía ninguna bomba o algo semejante se los haya llevado por delante.

¡Por favor: ¡convertidnos por un tiempo en “magos” de la paz, de la justicia y de la concordia para trabajar en favor de que en vuestros conciudadanos renazcan las ganas de vivir con ilusión y con algunas dosis de esperanza!

Joan Zapatero
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