
Este verano cualquier niño o niña española de ocho años ha estado de vacaciones, disfrutando de sus días según las posibilidades de su familia. Unos serán de familias acomodadas, otras de familias modestas y cada cual con una vida llena de vicisitudes; las normales. Es posible que, tras la vuelta al cole, algunos estén cansados ya de madrugar y tal vez otros ya piensan en ir preparando su Primera Comunión para la próxima primavera. Mientras esto sucede, en Gaza todas las niñas y niños de ocho años de edad han vivido cuatro invasiones y bombardeos y han visto morir o caer heridos a varios de sus familiares. Eso si no forman parte de las más de 800 niñas y niños que han muerto o no son de los más de 5.000 niños heridos y heridas en esas cuatro masacres sufridas desde 2006. Y es que las bombas y la muerte han formado parte de sus vidas cada dos o tres años, sin olvidar que el bloqueo asfixiante marca los períodos entre cada masacre.
La vida en Gaza es difícil y después de esta ofensiva militar, más aún. Aunque cada cierto tiempo los ataques israelíes traigan de nuevo a las portadas la realidad de la población palestina de este pequeño reducto de tierra, el día a día está marcado por las duras condiciones de vida causadas por un bloqueo que ya dura siete años y se agrava por momentos.

Antecedentes
Ese bloqueo israelí a la Franja de Gaza se impone por tierra, mar y aire desde el año 2007 mediante acciones como:
? El cierre de todas las fronteras terrestres con Israel y la colaboración egipcia cerrando el paso de Rafah al tránsito de mercancías.
? El plan implementado en 2008 por el Ministerio de Defensa israelí de acuerdo a informes del Ministerio de Salud y que tiene como objetivo dejar entrar a Gaza el mínimo de comida necesario para mantener a la población con vida, pero sin llegar a la malnutrición. Hay que señalar que dos tercios del 1.800.000 habitantes de la Franja de Gaza son población refugiada que depende para su subsistencia de la ayuda humanitaria proporcionada por la UNRWA, cuyos almacenes de alimentos han sido varias veces objeto de destrucción bajo las bombas israelíes.
? El bombardeo del aeropuerto, construido en 1998 y financiado en una tercera parte con fondos de la AECID y que fue destruido por la aviación israelí en diciembre de 2001.
? La reducción, por parte de la armada israelí, de las 20 millas de aguas territoriales palestinas pactadas en los Acuerdos de Oslo de 1993 a tan solo 3 millas, siendo los pescadores tiroteados y secuestrados incluso a menos de una milla de la costa, donde es imposible encontrar bancos de pesca.
? Los agricultores han visto cómo la superficie de cultivo se ha reducido a una zona mínima debido a la creación de «zonas de seguridad» por parte del ejército israelí y son disparados por francotiradores mientras realizan las faenas agrícolas.
Todo lo anterior es la “vida cotidiana” en la Franja de Gaza bajo el bloqueo. Son unas medidas inhumanas que vulneran los derechos de la población y que según el artículo 33 del IV Convenio de Ginebra constituyen un castigo colectivo considerado por la legalidad internacional como un crimen de lesa humanidad.

El último ataque
Bajo determinadas coyunturas políticas internas, el gobierno de Israel busca excusas para realizar los ataques militares contra Gaza que, al mismo tiempo que les hace avanzar en su proyecto de colonización de Palestina, también les permite ganar popularidad en las encuestas -y en esta ocasión ha sido el supuesto secuestro y asesinato de tres colonos por parte de miembros de Hamas. A menos de 48 horas de la desaparición ya se hablaba de motivos políticos incluso en la web de nuestro ministerio de Asuntos Exteriores.
A partir de un hecho aislado sucedido cerca de Hebrón y que se ha demostrado que fue un ajuste de cuentas entre colonos, se pasó a culpar al gobierno de Gaza, comenzando los bombardeos masivos sobre la Franja el 8 de julio.
Si pensamos que toda la Franja de Gaza tiene poco más de la mitad de superficie que el municipio de Madrid y que tiene la misma densidad de población (5.000 personas por km²), es seguro que un bombardeo indiscriminado va a herir y matar. Sin embargo no nos cansamos de oír las explicaciones de los «bombardeos selectivos», de los «objetivos terroristas» y del supuesto «ataque controlado» por parte de los militares israelíes sobre la Franja de Gaza. Las cifras demuestran cómo el 75,7% de las víctimas palestinas han sido civiles y no «objetivos controlados».
Los daños materiales se elevan de tal forma que se estima en hasta veinte años y con cifras que superan los diez mil millones de euros, el tiempo y los recursos necesarios para reconstruir todo lo dañado. Los ataques han causado los siguientes daños[[Fuente Rumbo a Gaza; basado en informes UNRWA, Centro Palestino de Derechos Humanos (PCHR) y Ministerio de
Interior Palestino.]]
- 10.000 casas totalmente destruidas
- 8.000 casas parcialmente destruidas
- 45.000 casas dañadas
- 500.000 desplazados y desplazadas internos (30% de la población):
- 250.000 en 81 escuelas de la UNRWA
- 30.000 en otras escuelas
- 220.000 acogidos en casas o en alquileres
- 142 escuelas gubernamentales dañadas
- 136 escuelas de la UNRWA dañadas
- 3 escuelas de la UNRWA bombardeadas con población refugiada dentro
- 6 universidades e institutos dañados
- 4 guarderías dañadas
- 475.000 estudiantes afectados
- 69 mezquitas y 12 cementerios musulmanes destruidos
- 2 iglesias y 1 cementerio cristianos destruidos
- 1 planta de producción de electricidad destruida
- 12 hospitales y 7 clínicas destruidas
- 49 centros sanitarios cerrados por daños
- 17 ambulancias atacadas
Los bombardeos de julio y agosto han acabado con barrios y poblaciones enteras. Como Beit Hanoun, Khuza’a o Suhaiya. Este último es un barrio con el doble de población que Lavapiés y que ha quedado totalmente reducido a escombros.

Hablar solamente de cifras de muertes sería deshumanizar lo que ha sucedido este verano durante 51 días en la otra orilla del Mediterráneo. Cada muerte tiene nombre y apellidos, como Ahed, Zakaria, Mohamed e Ismail (de entre nueve y once años), que fueron bombardeados cuando jugaban al fútbol en la playa; o Ahmad, que murió bajo las bombas que caían en la escuela de la UNRWA donde estaba refugiado junto a otras 1.500 personas, 16 de las cuales también murieron. Otros 514 niños y niñas han tenido el mismo destino junto a 300 mujeres. Hay casos de familias enteras masacradas, debido a que la desesperación tras tantas masacres es tal que muchas han decidido refugiarse al completo en la misma habitación para salvarse todos si no les alcanza una bomba o morir todos para evitar dejar niños y niñas huérfanos. Son miles las niñas y niños que han perdido a padre, madre o los dos. En Gaza ya no hay capacidad para realojar en familias y atender a tanta infancia huérfana. En total más de 2.000 vidas han sido segadas y 11.000 personas han resultado heridas por miles de bombas del llamado «ejército más moral del mundo».
Entre las personas muertas hay:
? 77 familias que han perdido dos o más miembros
? 23 profesionales sanitarios
? 20 profesores y profesoras
? 11 trabajadores y trabajadoras de la UNRWA
? 15 periodistas
Cifras totales de víctimas del último ataque[[Fuente: http://www.pchrgaza.org/portal/en/index.php?option=com_content&view=article&id=10491:statistics-victims-of-the-israeli-offensive-on-gaza-since-08-july-2014&catid=145:in-focus]]
Entre los armamentos usados contra la población civil de Gaza por parte de uno de los ejércitos más grandes del mundo se encuentran varios que están prohibidos por tratados internacionales, como el fósforo blanco, que produce asfixia y quemaduras, ya que arde durante días sin posibilidad de apagarlo de modo alguno; el ácido fluorhídrico, con el que fueron gaseados barrios enteros y que produce vómitos, espasmos y abortos espontáneos; bombas DIME (explosivos de metal inerte denso), que se fragmentan en miles de trozos que destrozan el cuerpo si alcanzan de lleno o producen decenas de heridas con metales y elementos tóxicos que, a la larga, generan malformaciones y cáncer; bombas de barril, consistentes en explosivos de destrucción masiva de hasta cinco toneladas de peso y que han destruido edificios de catorce plantas; y misiles con cargas de uranio y plutonio empobrecido.
Israel ha convertido así a Gaza en un inmenso campo de pruebas para su armamento con casi dos millones de seres vivos convertidos en sujetos de experimentación. Las tácticas de represión de población, probadas no solo en Gaza, sino también en Cisjordania, son luego vendidas a gran parte de países del mundo con el sello de estar «testados en combate». España es uno de esos países y cada año son cientos de policías, guardias civiles, guardia de la Casa Real, Mossos de Esquadra y miembros de la Ertzaintza los que van a Israel pagando miles de euros por cada curso individual de entrenamiento. A su vez, se han firmado acuerdos para impartir cursos sobre uso de material y tácticas antidisturbio.
Tras el alto el fuego
El 26 de agosto se alcanzó un acuerdo de alto el fuego, que no un fin a la raíz del problema. Israel sigue manteniendo toda la dureza del bloqueo a Gaza. El bloqueo solo se ha levantado parcialmente para permitir la entrada de personal médico, medicinas, leche e intentar la evacuación de los heridos que necesitan tratamientos más complejos debido a sus heridas. Pero no se permite todavía la entrada de la suficiente cantidad de materiales de construcción o bienes de equipo para complejos de servicios públicos que sirvan para la reconstrucción de todo lo dañado y la puesta en marcha de la central eléctrica o las plantas potabilizadoras de agua. Con el vecino Egipto, la frontera de Rafah sigue cerrada.
Al mismo tiempo -y solo durante el 1 y 2 de septiembre- Israel ya incumplió todos los términos del acuerdo, volviendo a atacar a pescadores que faenaban a apenas dos millas de la costa, haciendo incursiones con tanques en Gaza y poniendo trabas tanto a la entrada de ayuda humanitaria como a la salida de heridos para recibir atención médica, ya que Gaza ha visto cómo doce de sus hospitales y siete clínicas han sido bombardeadas y son inutilizables.
Mientras, en Cisjordania el gobierno israelí ordenó la destrucción de una fábrica de lácteos en Hebrón, el cierre de un mercado en Nablús, ha detenido sin cargos a decenas de personas, ha confiscado 400 hectáreas palestinas colindantes con Jerusalén, grupos de colonos han quemado olivos y arrancado viñedos, se han derribado varias casas y construcciones palestinas y han vuelto a endurecerse los controles militares en ciudades palestinas. En uno de ellos se disparó y dejó en coma a una persona. Y así, una lista interminable en solo 48 horas. Es decir, apenas una semana después del alto el fuego se ha vuelto a la misma realidad de siempre: a todo un pueblo ocupado en su propia tierra por una potencia colonial que solo busca acabar con la identidad palestina y robarle toda su tierra.
La comunidad política internacional sigue empeñada en obligar a sentarse a la misma mesa a dos partes en clara desigualdad de condiciones: por un lado Israel, la potencia colonial ocupante, apoyada incondicionalmente por Estados Unidos (que en julio puso a disposición de Israel 1.000 millones de dólares en armamento) y la práctica totalidad de los gobiernos occidentales. Al otro lado está lo que queda del Territorio Ocupado Palestino, sin ejército, sin recursos y sin apoyos políticos efectivos.
El Estado israelí sigue sin acatar la legalidad internacional, vulnera sistemáticamente los derechos de la población palestina y continúa con su plan de expansión colonialista.
La aberración en Israel es tal que se puede oír a la diputada israelí Ayelet Shaked decir que «hay que matar a todas las madres de los terroristas palestinos porque dan a luz a serpientes» o a Mordechai Kedar, profesor de la universidad israelí de Bar Ilan, declarar en una entrevista que hay que «aterrorizar violando a las hermanas y madres de los terroristas palestinos». Y no solo no son criticados, sino que la opinión pública los ha ensalzado por encarnar firmemente las ideas que tienen como objetivo final la expulsión de toda la población palestina.
Para confirmar que el acuerdo firmado supone para ellos tan solo un papel mojado, su primer ministro, Benjamin Netanyahu, ha declarado que los términos del alto el fuego no los van a cumplir y que no descartan un nuevo ataque sobre Gaza.
Excepto los honrosos -y escasos- ejemplos de países que han condenado los ataques o suspendido relaciones con Israel, la gran mayoría de estados tienen un rol que va desde el silencio cómplice hasta el más abierto colaboracionismo. Nuestro país, dada su falta de liderazgo y dignidad en política exterior, se sitúa bajo el paraguas cobarde de los que hablan del derecho de Israel a defenderse por encima del respeto de los derechos humanos y la crítica a la ocupación ilegal israelí del Territorio Palestino.
Durante los ataques, antes y después, la sociedad civil de gran parte del mundo se ha movilizado con concentraciones ante embajadas, manifestaciones y signos de repulsa al horror que viven día a día y a la masacre que los bombardeos de Israel han significado para la población palestina en Gaza, porque la única forma de despertar a la comunidad internacional es hacerle ver que ya no se puede soportar una situación así, de la que todos los gobiernos terminan siendo cómplices.
Estas semanas ha crecido el número de personas que se han dado cuenta de que lo que se llama «conflicto israelí-palestino» no cuenta con dos partes iguales que se sientan a la mesa de negociación, no es sino una masacre evidente de una potencia colonial y militar contra todo el pueblo palestino. Las llamadas al boicot contra Israel se están multiplicando, tomando como referente el ejemplo que supuso la lucha contra el Apartheid en Sudáfrica. Estos movimientos de boicot tienen como objetivo castigar económicamente y aislar a Israel mientras no respete los derechos humanos y acabe con la ocupación y el bloqueo.
Gaza -y el resto del Territorio Palestino Ocupado- es actualmente la zona del mundo que más tiempo lleva colonizada. La UNRWA fue una agencia creada en 1948 para atender por seis meses a la población árabe refugiada que fue expulsada tras la partición de Palestina mientras las Naciones Unidas buscaban un arreglo político. Ya ha cumplido 66 años y todo indica que seguirá siendo necesaria.
Desgraciadamente tampoco tenemos ninguna certeza de que masacres como la de este verano no vayan a darse de nuevo. La realidad viene evidenciando de forma implacable que, mientras no se defina de forma clara que hay una potencia ocupante que no puede seguir colonizando Palestina y mientras no se la obligue a cumplir con la legalidad internacional, estos hechos trágicos volverán a repetirse.
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Gaza después de Gaza
Magnífico artículo!!! Estupendo que hayáis reflejado la dureza de la situación y condiciones de vida de los gazatíes. Muchas gracias.