El seguimiento de Jesús en la cárcel de Navalcarnero

Puede sorprender, a primera vista, cómo puede ser el seguimiento de Jesús de Nazaret dentro de una cárcel. Puede que parezca difícil, primero porque los presos, delincuentes, no tengan capacidad para ello, o se dude de que puedan hacerlo; segundo, porque dentro de la prisión, no se permita llevar a cabo un seguimiento cristiano y una vida espiritual. 

Respecto a lo primero, tengo que decir que después de quince años pisando una cárcel, la vida espiritual es más profunda, si cabe, que en las parroquias de la calle, y no creo que exagere; además, leyendo el Evangelio con seriedad, parece que los primeros que entienden a Jesús son los más pecadores. De hecho, Jesús siempre se pone cerca de ellos. Respecto a lo segundo, hay que decir que también en la prisión se nos permite llevar a cabo una serie de acciones y actividades, que propician ese seguimiento y vida espiritual. 

Dentro de la cárcel, tenemos dos Eucaristías los sábados por la mañana, a la que acuden unas sesenta personas a cada una de ellas. Es verdad que ahora, durante la pandemia, el número ha bajado, sobre todo porque el aforo se ha reducido como en todas partes. Son celebraciones especialmente vividas y participadas, donde todos nos sentimos una familia; los presos hacen sus oraciones de un modo muy sentido y vivido, y es significativo que no solo se acuerdan de ellos y de sus familias, sino también de todo lo que sucede fuera de los muros. 

Es un encuentro donde lo afectivo juega un papel muy importante, porque compartimos mucha  vida; el momento de la paz es especialmente significativo. Sentimos que todos somos iguales, que todos nos merecemos lo mismo, y como siempre, en ocasiones, los presos con mayor problema, son los que nos dan lecciones, en sus intervenciones

La cárcel, un lugar para evangelizar
Vista de la cárcel de Navalcarnero. Foto: Alandar

También existe un grupo de catequesis, que se reúne una vez a la semana. Participan unas quince personas, y seguimos el material de “Los grupos de Jesús”, de Pagola. Es este un grupo variopinto, acuden de todos los módulos; son reuniones vivas, donde lo importante es dejarse interpelar por la Palabra de Dios que juntos comentamos.

Es de resaltar que a menudo acuden chavales que están muy machacados por la vida que han llevado, sobre todo dentro del mundo de la droga. Lo que buscan es un espacio de encuentro, donde puedan ser escuchados y valorados. El Dios de Jesús, pobre y misericordioso, se hace presente en cada uno de ellos, y descubrimos que camina junto a todos nosotros.

El seguimiento personal por parte del capellán es primordial; en cada una de las entrevistas se percibe un especial sentido de la  fe por parte de cada uno de ellos. En esos encuentros se respira un ambiente especial de Evangelio y de vida; los chavales se abren al amor de Dios, muchos entre lágrimas, porque han llevado vidas muy tortuosas. Ese seguimiento hace que se den relaciones de amistad profunda entre el capellán y los internos pudiéndose propiciar reiniciarse un diálogo con las familias, que en muchos casos, ya no quieren saber nada de ellos. 

Destacar también las celebraciones de Semana Santa, Nochebuena o  la Merced. La Semana Santa sin duda es un momento donde los presos viven la Pascua con todo su rigor: la cárcel es lugar de Pascua, del paso de Dios, del dolor y de vida, donde la muerte y Resurrección de Jesús no son algo aprendido, sino vivido día a día. El lavatorio de los pies es un momento importante, donde todos descubrimos la fraternidad a la que Jesús nos llama en ese día; todos nos lavamos los pies y descubrimos que es muy importante lavar y dejarse lavar. 

La adoración de la cruz, del Viernes Santo, en un silencio sobrecogedor, nos abre desde nuestro dolor a un futuro lleno de esperanza: es impresionante el diálogo que se desata entre los presos y el crucificado, en el que ambos se entienden, un encuentro de crucificado a crucificado. El sábado reconocemos que Dios en la resurrección nos invita a una nueva vida, y nos abre a procurar hacer más humano aquel espacio de muerte y tristeza que se llama “cárcel”.  Es verdad que esa Pascua se vive cada día en la prisión, porque la muerte y la vida aparecen siempre en cada uno de los momentos compartidos. Pero es muy importante resaltar que donde más muerte hay pueda surgir más  vida, y más  esperanza, con todo su rigor. 

En medio de todo esto, se intenta transmitir un rostro nuevo de Dios, que, sobre todo, nos mira con cariño, como hijos, sin juzgarnos, simplemente invitándonos al cambio, pero desde la ternura de Padre-Madre que nos contempla con misericordia. En la cárcel sin duda descubrimos nuestras debilidades personales y a la vez nuestras grandezas y glorias, pero sobre todo descubrimos que todos somos iguales, que no podemos mirar a los demás por encima del hombro. Todos nos merecemos una segunda, tercera… muchas  oportunidades. Vamos descubriendo que Dios nos las da siempre, porque el resucitado camina a nuestro lado.

Como capellán, doy gracias a Dios por poderlo descubrir cada día en cada uno de los chavales que están en prisión. En ellos descubro el rostro de un Dios Padre-Madre lleno de misericordia y cariño hacia todos. Siempre que piso la prisión reconozco que estoy pisando “tierra santa”, “tierra sagrada” porque es tierra de Dios, donde se respira de modo especial el Evangelio de Jesús crucificado en los presos y resucitado a la vez en cada uno de ellos. 

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